DOMINGO 4 DE ADVIENTO – 18 de diciembre de 2011

Lucas 1, 26-38   Luis y Mónica llevaban tiempo casados, deseaban tener hijos, pero éstos no llegaban. Médicos y espera, tratamientos y más espera, tristeza… y mucho más tiempo de espera. Familia y amigos sentían su dolor como propio ¿Qué estaba pasando? Ni lo sabían, ni lo entendían. Sin embargo, a punto ya de tirar la toalla, cuando nadie esperaba casi nada, nació María y, quince meses después, Carlos. La bendición de Dios tuvo, una vez más,  nombre de bebé.   Toda la Iglesia escucha el evangelio de la anunciación y se reconoce en la disponibilidad de María y en la fecundidad de Isabel. En vísperas de la Navidad también el ángel llama a las puertas de la comunidad cristiana y le dice: vas a ser fecunda, vas a seguir dando vida, vas a regalar la buena nueva de Jesucristo a todo el mundo. A nosotros, cristianos del siglo XXI, miembros de una Iglesia con dos mil años de historia, nos toca responder… “aquí estamos para hacer tu voluntad”. Disponibles para vivir el evangelio, con ilusión por servir a los demás, y confiados en que para Dios nada hay imposible.   La Iglesia está convencida de que tiene un tesoro: Jesucristo. Es el motivo de nuestra alegría y el origen de nuestra fe. Sin él nada tiene sentido, con él todo cambia. Hoy hablamos mucho de nueva Evangelización, de Iglesia misionera, de comunidades vivas, de signos de entrega por los demás… Es verdad que hay veces que flaquean nuestras fuerzas, pero no podemos esconder nuestro mayor bien. En un mundo y una cultura aparentemente alejada de Dios hay muchas personas que anhelan la vida que viene de Dios y nosotros podemos mostrarla.   Estos días que tanto hablan de esperanza los cristianos no podemos callar el Evangelio. Palabras y obras ayudarán a fecundar nuestro mundo con la Buena Nueva de Dios.   Feliz Navidad.