DOMINGO 34 DEL TIEMPO ORDINARIO – 20 de noviembre de 2011

Mateo 25, 31-46   Hoy termina el tiempo ordinario y el evangelio golpea con fuerza nuestra conciencia. “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Es la parábola del juicio final. Un juicio donde la medida de nuestros actos es la actitud de amor o de indiferencia hacia los más pequeños. La pasión por los hermanos abre las puertas del Reino, la indiferencia ante los necesitados lleva al castigo eterno.   Son muchos los que practican este evangelio. El quehacer diario de los voluntarios de Cáritas, personas que participan en ONGs, miembros de pastoral penitenciaria, de la salud, o en otras instituciones, de iglesia o no, que prestan especial atención a los necesitados. No podemos olvidarnos de las personas que, de forma anónima y discreta, se desviven por los demás.   En la fiesta litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, sabemos que Dios no le preocupa la realeza histórica, Él quiere “reinar en el corazón de las personas y desde allí en el mundo” (Benedicto XVI). De nosotros depende que él reine en el mundo, en la familia, en la sociedad y en la historia.   Hoy elegimos a quienes gobernarán nuestro país los próximos años y reivindicamos la política, en palabras del Vaticano II, como “ese arte tan difícil y tan noble”. Los políticos están llamados a olvidar el interés propio, a luchar contra la injusticia, y a consagrarse al servicio de todos. Pero no es sólo cuestión suya, todos tenemos la responsabilidad de colaborar para que nadie quede en los márgenes de la pobreza o la exclusión. Los cristianos, además, sabemos y sentimos que todo aquello que hacemos por los que sufren o están enfermos, lo hacemos con el mismo Cristo.   Feliz semana.