8 de enero de 2012 – Marcos 1, 6b‑11
María vino al mundo hace unos diez años. Era una niña especial. Simpática y juguetona. Tenía unos ojos preciosos y su sonrisa enamoraba. Sus padres la adoraban y daban gracias a Dios por ella. Eran conscientes de que no era perfecta, tenía los “huesos de cristal”, sabían que le esperaba una vida difícil y no por eso la querían menos. ¡Al contrario! Sus deseos, sus jornadas y toda su vida gira en torno a la deseada María. Ella es su hija amada, su preferida.
Dios centra sus deseos, sus jornadas y su ser en nosotros, sus hijos. En el bautismo deJesúsen el Jordán todos hemos renacido a una vida nueva. Es un bautismo universal que nos constituye en hijos de Dios y miembros de la iglesia. Todo en nosotros queda transformado. Nuestra vida adquiere un nuevo horizonte y pone su referencia en Jesucristo. Ciertamente vivimos la limitación, y nuestra respuesta a la llamada de Dios es imperfecta. Es el pecado, la falta de fe o el no ser auténticamente conscientes de nuestra nueva vida, pero Dios se sigue desviviendo por nosotros para que cada jornada vivamos, auténticamente, como hijos suyos.
Al escuchar el evangelio de este domingo resuenan en nosotros las palabras de Benedicto XVI que se refiere al Bautismo como “el puente queJesúsha construido entre él y nosotros, la puerta de la esperanza y la señal que nos indica el camino para encontrarlo y sentirnos amados por él”. Sabemos que el bautismo más que un compromiso es un regalo por el que Dios mismo camina con nosotros y sostiene nuestra vida.
En estas primeras semanas del año nos acordamos especialmente de los que sufren. Son los hijos predilectos de Dios. Familias sin recursos, enfermos, reclusos, niños sin cariño o ancianos en soledad y tantos otros… ojalá sientan en nuestra cercanía el abrazo cariñoso de Dios.
Feliz Semana.