DOMINGO 7 DEL TIEMPO ORDINARIO

12 de febrero de 2012  – MARCOS 2, 1‑12    El alivio inicial fue la antesala del perdón. Hacía tiempo que en la familia sólo había conflictos. Una relación destrozada. Un proyecto hecho añicos. Unas víctimas infantiles. Estaban destrozados. Aquello parecía insalvable. Otra familia rota. Un número más en las estadísticas. Una tragedia para quienes lo habían vivido. Pero Antonio y María sacaron fuerzas de donde casi no quedaban y se pusieron a caminar en una dirección diferente: redescubrir al otro. Gracias a mucho tiempo, a mucha paciencia y a muchas personas consiguieron rehacer la vida. Un día lo expresaron con palabras: Hemos vivido el perdón. Nos ha salvado la vida.  La actividad de Jesús en el evangelio es incesante. Todos le buscan, quieren escucharle y sentir su perdón. El evangelio de hoy presenta a un paralítico que, como todos los enfermos de su tiempo, estaba considerado como un pecador. Jesucristo no se lo piensa dos veces: “tus pecados quedan perdonados” y, de regalo, “coge tu camilla y vete a tu casa”. Evidentemente el enfermo quedó curado y el pecador perdonado. El perdón y una nueva vida llegaron para aquel enfermo. Una vez más el milagro del evangelio es una señal para que todos vean y crean.  No es fácil perdonar pero, sin embargo, es el mayor signo de amor que puede haber. El perdón es anteponer a la persona a sus actos, es reconocer que todos erramos y es confiar en la transformación del otro. Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego. ¿Cuántas veces tengo que perdonar? Ya sabemos la respuesta. Dios nos ha amado primero y en su amor nos regala el perdón. ¿Cómo no vamos a hacer lo mismo entre nosotros?  En la semana que nos vestimos de ceniza pedimos a Dios su perdón y nos comprometemos a ser, ante el mundo, signo de reconciliación y de paz… para que crean en Jesucristo, el Hijo de Dios, el Salvador.  Feliz Semana.